Sundance Channel

perdonar

¿Por qué nos cuesta tanto perdonar a los demás?

Me he pasado años acumulando decepciones, enfados, peleas que nunca se cerraron del todo… y ya no me duele solo lo que pasó, de verdad, pero me desespera y me pone triste que nadie haya querido arreglarlo. Nadie. Como si todo diera igual, como si yo les diera igual.

No me hablo con mi familia. No quiero dar detalles porque no los necesito para explicar lo que siento, solo diré que los perdoné hace tiempo. Lo hice por mí, porque seguir odiando me estaba destrozando. Pero ellos no me perdonaron a mí, ni siquiera cuando yo no hice nada malo. Y eso, por más que una lo intente llevar con dignidad, también duele, y mucho.

Tampoco tengo amigos de verdad. Ni los de antes ni los de después. Las relaciones se han ido rompiendo como cuando algo se cae al suelo y sabes que no hay forma de pegarlo. A veces me eché la culpa. Otras, lo intenté. Pero la mayoría de las veces solo vi cómo la gente se alejaba sin mirar atrás, como si yo fuera prescindible, como si no tuviera derecho ni a una disculpa.

Y aún así, los he perdonado a todos.

Sí, incluso a quienes nunca se han disculpado. Incluso a los que me trataron como si no valiera nada. Incluso a los que sé que volverían a hacer lo mismo si pudieran. Los he perdonado porque me cansé de cargar con ese peso. Porque entendí que el rencor se te mete en el cuerpo, en la cabeza, en el estómago, y te amarga la existencia.

Y a mí no me daba la gana vivir amargada por culpa de los demás.

 

¿Y entonces por qué sigo sintiéndome mal?

Porque perdonar no arregla nada si la otra persona no quiere arreglarlo contigo. Esa es la parte que más me ha costado entender. Yo pensaba que si perdonaba, algo cambiaría. Que si daba el paso, el otro daría uno también. Pero no. A veces das el paso y el otro se queda donde está. O peor: se va aún más lejos.

Aprendí con la película La Cabaña algo que me marcó mucho. El protagonista, que vive una historia muy dura, llega a entender que perdonar no significa justificar, ni olvidar, ni acercarse a quien te hizo daño: significa sanar, liberarte. Y eso me pareció una verdad tan simple y tan grande a la vez que no la he podido olvidar.

Perdonar no establece conexión con nadie. Y eso a veces se siente injusto, porque tú haces un esfuerzo enorme por sanar, pero no hay un “gracias”, ni un “lo siento”, ni siquiera una mirada. Solo un silencio que no se rompe nunca.

La misma Escuela del Perdón, empresa que hace retiros espirituales, nos dice que “Perdonar es sanar. El perdón es el medio de autorrealización y crecimiento interior más poderoso que existe, ya que perdonar significa sanar”.

 

¿Por qué hay gente que nunca pide perdón?

Creo que porque es más fácil mirar hacia otro lado, porque reconocer que hiciste daño implica aceptar que no fuiste la persona que creías ser. Porque para pedir perdón de verdad hay que tener valor, humildad y algo que muy poca gente tiene: conciencia de sus propios actos.

Hay personas que hacen daño y ni siquiera se enteran. O que sí lo saben, pero lo justifican. «Yo actué así porque tú me obligaste», «Si te dolió, es tu problema», «Eres un exagerado». Y claro, con ese discurso, ¿para qué van a pedir perdón?

Otras veces, lo que pasa es que pedir perdón te obliga a enfrentar el daño cara a cara. Y hay gente que no puede hacerlo. No porque no quiera, sino porque no sabe cómo. Porque se ha pasado la vida evitando el dolor, huyendo del conflicto, mintiéndose a sí misma. Y al final, eligen el silencio.

 

¿Y nosotros? ¿Debemos perdonar siempre?

Cada uno tiene sus tiempos, sus heridas, sus formas de sanar. Lo que sí sé es que perdonar, cuando lo haces de corazón, te alivia. No te reconcilia con el otro, no borra el pasado, pero te devuelve algo de paz. Esa paz que necesitas para seguir adelante sin estar pensando en lo que te hicieron una y otra vez.

Pero perdonar no significa permitir. No significa abrir la puerta otra vez a quien te falló. Puedes perdonar sin volver a ver a esa persona. Puedes perdonar sin tener una conversación, sin darte explicaciones. Puedes incluso perdonar sin que el otro lo sepa. Y eso también es un acto de amor. Amor propio.

El problema es que muchas veces se nos ha enseñado que perdonar implica reconciliarse, hacer las paces, olvidar lo que pasó. Y no. Perdonar es soltar la rabia, pero no olvidar lo que aprendiste.

Yo, por ejemplo, he aprendido que hay gente con la que no quiero volver a tener contacto. No porque les guarde rencor, sino porque me hicieron daño y no mostraron ni una pizca de interés en repararlo. Me he cansado de ir detrás, de explicar, de justificarme. Así que sí, les perdono, pero también me alejo.

 

Cuando no has hecho nada malo, pero igual acabas siendo la «mala»

Eso también pasa. A veces perdonas, aunque tú no hayas sido la que falló. Perdonas porque no quieres seguir atada al conflicto. Y aún así, la gente te señala, te bloquea, habla mal de ti. Da igual lo que hiciste o no hiciste, ellos ya tienen su versión y tú te quedas con la sensación de que, encima de haber sufrido, te han dejado sola.

Yo ya no intento explicarme. Porque aprendí que quien quiere entender, lo hace sin que tengas que decir nada. Y quien no quiere, te va a poner siempre como excusa sus propias heridas para no reconocer lo que te hizo.

Y aunque duela, hay que seguir.

 

No quiero llevarme mal con todo el mundo

De verdad que no quiero. Me duele estar tan separada de tantas personas que alguna vez significaron algo para mí. Pero tampoco voy a mendigar afecto. He perdonado a mucha gente que ni siquiera se lo merece. Y no por ellos, sino por mí. Pero llega un punto en el que una se cansa de ser siempre la que pone la otra mejilla. A veces simplemente quieres que alguien diga: «Lo siento, me equivoqué. ¿Podemos hablar?»

Pero no llega. Y ahí es cuando toca decidir si seguir esperando o cerrar ese capítulo de una vez por todas.

 

¿Cómo saber cuándo perdonar y cuándo no?

Yo no tengo una fórmula mágica. Pero me guío por cómo me siento cuando pienso en esa persona. Si todavía me hierve la sangre, sé que no he perdonado del todo. Si la recuerdo sin dolor, incluso con algo de compasión, sé que ya la solté. Y si me doy cuenta de que volver a tenerla cerca solo me haría daño, entonces me mantengo lejos.

Perdonar no es un pase libre para que te vuelvan a romper. No es una obligación moral. No es una señal de debilidad. Es un acto que nace del cansancio, de la necesidad de respirar sin tanto peso encima. Y cada uno lo hace a su manera, a su ritmo.

Yo he perdonado muchas veces en silencio. Sin hablar. Sin cartas. Sin grandes gestos. Solo en mi cabeza. Me he dicho: «Lo suelto. Ya no quiero esto en mí». Y luego he seguido adelante. Con alguna lágrima, sí. Pero también con más fuerza.

 

A veces, el perdón más difícil es el que te debes a ti misma

Porque una se culpa por todo. Por no haber sido más fuerte, más lista, más rápida. Por haberse quedado, por haberse ido. Por haber confiado, por haberse ilusionado. Por haber dicho lo que sentía, o por haberse callado.

Y ese perdón, el que va hacia dentro, también cuesta… pero es el que más libera.

Hoy intento hablarme bonito. Decirme que hice lo mejor que pude. Que no merecía tantos rechazos. Que querer bien no es un error. Que perdonar no me hace tonta. Que alejarme tampoco me hace mala.

Porque si algo tengo claro es que, aunque me haya quedado sin mucha gente, al menos me tengo a mí. Y me estoy aprendiendo a cuidar.

 

El perdón no es un puente: es una despedida

Eso es lo que entendí después de todo este camino: 1ue perdonar no siempre es el principio de algo nuevo, a veces es el final. El cierre., el suspiro que das antes de seguir caminando, aunque sea sola, aunque nadie te mire, aunque el mundo siga como si nada hubiera pasado.

Y sí, duele, pero también calma. Te devuelve un poquito de paz, esa que pensabas que ya no ibas a recuperar nunca más.

Así que si estás pasando por algo parecido, no te sientas menos por sentirte rota. No estás rota, solo estás cansada. Solo estás harta de llevarte mal con el mundo mientras tú haces el esfuerzo de sanar.

Perdona si puedes, pero no olvides cuidarte. Porque tú también mereces que te traten con amor, con respeto, con verdad. Mereces que alguien se quede sin que tengas que pedirlo.

Y si nadie te lo dice, yo te lo digo: lo estás haciendo bien. Aunque parezca que no.

Compartir

Artículos relacionados

Lo que nos dicen las velas

Encender una vela puede indicar celebración y festejo, proporcionar un ambiente íntimo y relajado o, simplemente que se te ha

COMPARTE

Seguinos

Facebook
Twitter
LinkedIn
Reddit
Tumblr