Te cruzas con uno en la entrada del centro comercial y apenas lo miras. Entras a un festival y ves un chaleco reflectante en la puerta, pero ni registras su cara. En el estadio, en el aeropuerto, en el metro, en la puerta de tu oficina… siempre están ahí. Invisibles para la mayoría, hasta que las cosas se tuercen. Entonces sí. Entonces todo el mundo los busca con la mirada. Y ahora más que nunca, eso pasa más de lo que nos gustaría.
No es una exageración decir que los vigilantes de seguridad se han convertido en una figura clave del día a día. En muchas situaciones, son los que sostienen el equilibrio entre el caos y la normalidad. Y no se trata solo de que haya más trabajo para ellos —que lo hay—, sino de que el trabajo que hacen ha cambiado. Y tú, si te lo estás planteando como opción, también necesitas entender bien dónde te estás metiendo.
El miedo no descansa
En los últimos años, la seguridad ha pasado de ser algo que dábamos por hecho a convertirse en una preocupación constante. Da igual si es por la situación política, por los conflictos internacionales, por los problemas de convivencia o por la cantidad de gente que se concentra en cualquier evento grande. Todo pesa. Y todo genera una sensación de que algo puede pasar.
No hay más que ver cómo se han reforzado los controles en aeropuertos, en conciertos, en estadios, en zonas turísticas, en estaciones de tren… La figura del vigilante tiene que intervenir, coordinar, prevenir, tranquilizar, mediar, controlar accesos, revisar cámaras, gestionar entradas, disuadir a quien hace cosas raras. Y eso, por mucho que se diga lo contrario, no lo puede hacer cualquiera.
Vigilante no es sinónimo de portero
Una de las cosas que más se repiten cuando se habla de este trabajo es que es solo cuestión de ponerse un uniforme y tener presencia. Nada más lejos de la realidad. Si te interesa trabajar como vigilante de seguridad, tienes que asumir que hay una formación previa bastante seria. No se trata de pasar un cursillo y ya. Hay una regulación estricta, hay exámenes, y hay que renovar conocimientos.
Entre otras cosas, necesitas aprender sobre primeros auxilios, legislación, técnicas de vigilancia, control de accesos, medios de protección, gestión de conflictos y algo básico: cómo actuar sin liarla. Porque un error tuyo puede tener consecuencias graves. Y no, no todo va de fuerza física. Va más bien de control emocional, rapidez mental y capacidad para decidir bien bajo presión.
A esto hay que sumarle que cada vez se exigen más conocimientos técnicos. Hoy no basta con saber hablar con la gente o estar atento. Necesitas entender cómo funciona un sistema de cámaras, cómo gestionar una alarma, cómo actuar en caso de incendio o cómo reaccionar si hay una amenaza real.
Qué necesitas para dedicarte a esto
La base es clara: tienes que tener la nacionalidad española o de algún país de la Unión Europea, ser mayor de edad y no tener antecedentes penales. Luego, sí o sí, te toca pasar por un curso de formación homologado, que incluye tanto clases teóricas como prácticas. Y después, presentarte a las pruebas del Ministerio del Interior. No es ninguna broma.
Una vez aprobado el examen, ya puedes conseguir tu Tarjeta de Identidad Profesional (TIP), que es lo que te permite ejercer como vigilante. Y aún con eso en la mano, muchas empresas te exigirán cursos adicionales, según el sitio donde vayas a trabajar. No es lo mismo estar en la entrada de un museo que en un recinto deportivo con 40.000 personas, o en una urbanización con vecinos conflictivos.
Hablemos claro: hay trabajo
Una de las cosas que hace que este sector resulte atractivo es que hay demanda. Y no solo por el aumento de eventos o por el turismo. También hay una tendencia clara a reforzar la seguridad privada en zonas residenciales, empresas, colegios, hospitales… A muchas personas les da más tranquilidad tener un vigilante a mano que confiar solo en sistemas automáticos.
Y ojo, que esto no es temporal. Va a más. Porque los riesgos no desaparecen y porque la gente está cada vez menos dispuesta a correrlos. Y porque las empresas también buscan proteger sus instalaciones y a sus trabajadores. Así que sí, si estás buscando un trabajo que no se quede sin futuro en los próximos diez años, este tiene sentido.
Eso sí, no te voy a engañar. Es un trabajo exigente. Tiene turnos, tiene noches, tiene situaciones tensas. No estás detrás de un escritorio. Estás al pie del cañón. Y hay que estar muy bien preparado para eso.
La clave de todo
Algo que muchos no tienen claro es que un vigilante no solo está ahí para disuadir con presencia. También tiene que saber cómo actuar cuando algo se sale de lo normal. Y eso, por mucho que suene lógico, no se improvisa. Lo confirmé hablando con un formador de la Academia Marín, que me explicó por qué es tan importante que esa preparación sea práctica y realista.
Según me dijo, uno de los mayores errores que comete la gente que empieza es pensar que basta con conocer la normativa o saberse los pasos de memoria. Pero en la vida real, los problemas no avisan. Puedes estar en un centro comercial o en un evento masivo y, de un segundo a otro, tener que tomar una decisión que marque la diferencia entre el caos o la calma. Por eso, insistía en que el entrenamiento no debería centrarse solo en aprender leyes, sino en adquirir reflejos. Ser capaz de observar, evaluar y actuar en cuestión de segundos.
También me dijo algo que me pareció muy sensato: “Un buen vigilante no es el que corre detrás del problema, sino el que lo detecta antes de que estalle”. Esa mentalidad, que parece tan sencilla, cambia completamente la forma de trabajar.
¿Qué funciones tiene un vigilante hoy?
Antes se hablaba del “segurata” de forma bastante despectiva. Como si su única función fuera pedirte el ticket a la salida. Hoy esa imagen ha cambiado bastante. Un vigilante no solo protege bienes, sino también personas. Y tiene funciones que van desde la vigilancia presencial hasta la gestión de situaciones críticas.
Por ejemplo:
- Control de accesos en recintos cerrados o zonas restringidas.
- Revisión de sistemas de videovigilancia.
- Acompañamiento de personas en situaciones de riesgo.
- Actuación en incendios, evacuaciones, amenazas o altercados.
- Coordinación con fuerzas del orden si la situación se va de las manos.
Todo esto implica estar alerta continuamente. No es un trabajo en el que te puedas relajar. Si lo haces, lo notas tú… o lo notan los demás. Y muchas veces no hay margen para el error.
¿Estás hecho para esto?
Esa es la pregunta. Porque no es una salida para quien solo quiere “trabajar de algo”. Si no sabes lidiar con situaciones de tensión, si te bloqueas con facilidad, si no sabes hablar con respeto, pero con autoridad, es probable que esto no sea para ti.
Ahora bien, si lo que buscas es un trabajo en el que realmente se note lo que haces, donde puedas marcar la diferencia y donde cada día sea distinto, entonces sí: este puede ser tu sitio. Lo ideal es que pruebes, que preguntes, que hables con gente que ya se dedica a esto. Que no te quedes con lo que se ve desde fuera.
Más allá del uniforme
La parte que más me llamó la atención al profundizar en este sector es la variedad de perfiles que puedes encontrar. Hay gente joven que empieza desde cero, y también personas que han pasado por otros trabajos y se reinventan aquí. Hay vigilantes que acaban trabajando en protección personal, en control de grandes infraestructuras o incluso en operaciones internacionales.
No te encasilles. Porque este trabajo, si lo haces bien, te abre muchas puertas. Pero eso sí: empieza con los pies en la tierra, sabiendo que lo que haces importa. Aunque mucha gente no lo vea. Aunque pases horas sin que nadie te dé las gracias. Porque cuando llega el momento, cuando pasa algo de verdad, es a ti a quien buscan. Y entonces entiendes por qué estás ahí.
Lo que nadie te cuenta, pero deberías saber
Hay cosas que no te dicen en los folletos ni en las entrevistas. Por ejemplo: que vas a tener que tomar decisiones en segundos, y que muchas veces nadie va a entender el estrés que eso implica. Que en algunos sitios tendrás que lidiar con personas muy difíciles, y que necesitarás mucha paciencia.
También que vas a trabajar mucho de noche, o en fines de semana, o en días festivos. Que la gente no siempre va a respetarte. Y que, a pesar de todo, tú tendrás que mantener la calma. No porque seas un robot, sino porque forma parte del trabajo.
Pero si sabes llevar eso, si te sientes cómodo siendo el que pone orden cuando otros pierden el control, este trabajo puede encajar contigo. No es fácil, pero es real. Y eso vale más que muchas otras cosas.
Tu presencia puede marcar la diferencia
Hay algo que no cambia, por muchas cámaras o sistemas automáticos que haya: la presencia física de una persona preparada. La diferencia entre que un problema se dispare o se contenga puede estar en la manera en la que actúa un vigilante. No lo subestimes.

