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Por qué el turismo deportivo impulsa la economía en destinos dominados por el viento.

Viajar siempre ha tenido algo de descubrimiento y de cambio de rutina, pero cuando el viaje está ligado al deporte la experiencia se multiplica, ya que no se trata únicamente de moverse de un lugar a otro, sino de vivir la zona con un ritmo distinto. Hay destinos que tienen un encanto especial porque el viento es su compañero de vida y todo lo que pasa allí, desde la forma en la que se construyen las casas hasta la manera en la que la gente organiza su día a día, está atravesado por él. En estos lugares, el turismo deportivo no se entiende sin ese elemento natural que lo condiciona todo, y la economía local se ve claramente marcada por quienes llegan buscando aprovechar cada racha para practicar su deporte favorito.

El viento como recurso natural inesperado.

Cuando se habla de recursos naturales solemos pensar en el agua, en los bosques, en los minerales o en el clima agradable que atrae a veraneantes, pero pocas veces nos paramos a pensar en que el viento, que puede parecer molesto en una ciudad donde levanta paraguas y despeina a cualquiera, pero se convierte en oro puro para ciertas zonas costeras. Lo interesante es que no es un recurso que se pueda extraer o guardar en un almacén, está ahí, presente cada día, creando unas condiciones únicas que atraen a personas de diferentes partes del mundo. Alguien que viaja con la idea de pasar horas practicando kitesurf o windsurf no busca el sol calmado de una playa sin brisa, sino precisamente ese aire que empuja con fuerza y que convierte al mar en un escenario que cambia a cada momento.

El viento, por tanto, se transforma en el gran reclamo turístico. Y como ocurre con la nieve en una estación de esquí, marca la temporada, el tipo de visitantes y hasta la manera en que se organiza la oferta de alojamientos, restaurantes y servicios.

Cómo cambia el perfil del visitante.

En un destino dominado por el viento no llegan solo viajeros que buscan descansar en una tumbona, sino personas con una motivación clara: practicar deporte. Este detalle hace que la economía local se nutra de un turismo mucho más activo y participativo, porque los visitantes no se limitan a gastar en alojamiento y comida: demandan escuelas, cursos, alquiler de material y actividades relacionadas.

Imagina, por ejemplo, a un grupo de amigos de Madrid que deciden pasar una semana en la costa para iniciarse en el kitesurf. Su viaje no se resume al hotel y al chiringuito, sino que reservan clases, alquilan tablas, compran neoprenos, salen a cenar tras cada sesión agotadora y se apuntan a excursiones los días que el viento baja. De repente, cada euro que invierten se reparte entre instructores, tiendas, bares y hasta transporte local. El gasto es mucho más diversificado que en otro tipo de turismo, lo que genera un movimiento económico que da vida a toda la zona.

Además, ese perfil de visitante suele repetir. Quien se engancha a un deporte de viento vuelve cada temporada, busca progresar, trae a más amigos o a la familia y acaba creando un vínculo con el lugar. Para la economía de la zona, esa fidelidad es oro.

La cadena económica que se activa alrededor del deporte.

Lo curioso de este fenómeno es que la economía no solo se beneficia de forma directa con la llegada de deportistas, sino que alrededor se crea un ecosistema de negocios que se alimentan de esa actividad. Escuelas de kitesurf que necesitan monitores, talleres que reparan velas y tablas, fotógrafos que ofrecen sesiones en plena acción, restaurantes que adaptan horarios porque saben que los deportistas comen tarde tras pasar el día en el mar, e incluso pequeños comercios que venden accesorios como gorras, gafas o crema solar especial para largas horas bajo el viento y el sol.

La relación entre cultura local y turismo deportivo.

El turismo deportivo ligado al viento también transforma la cultura del lugar, ya que introduce nuevas costumbres y mezcla tradiciones. Un ejemplo claro es cómo se adaptan las fiestas locales para coincidir con las temporadas en las que más visitantes llegan, o cómo se generan eventos internacionales que atraen a deportistas profesionales y espectadores de todas partes.

En muchos de estos destinos, la imagen del pueblo o ciudad se vincula directamente al deporte de viento. Pasa algo parecido a lo que ocurre en Pamplona con los Sanfermines: no hace falta que alguien haya estado allí para que relacione la ciudad con los encierros. En el caso de un destino dominado por el viento, la simple mención del lugar trae a la mente la imagen de playas llenas de cometas de colores o de velas cortando el mar. Esta identidad, además de servir para atraer turismo, fortalece la autoestima de quienes viven allí, ya que ven cómo su entorno natural se convierte en un símbolo reconocido.

Incluso la gastronomía local se adapta, ya que muchos restaurantes aprenden a servir menús rápidos y energéticos pensados para deportistas que no quieren perder tiempo entre una sesión y otra. Y al mismo tiempo, los visitantes se interesan por platos tradicionales, generando un intercambio cultural muy curioso que enriquece a ambas partes.

El valor de las escuelas y el aprendizaje del deporte.

Para que este tipo de turismo funcione, es fundamental que haya espacios donde los recién llegados puedan aprender. Nadie se lanza al mar con una cometa de varios metros sin alguien que le enseñe a controlarla, porque más que diversión sería un peligro. Aquí entran en juego las escuelas locales, que se convierten en el punto de partida de la mayoría de visitantes.

Estas escuelas transmiten tanto la técnica como la cultura del mar, respeto por las condiciones meteorológicas y pautas de seguridad. Se vuelven una puerta de entrada para que cualquiera, sin importar su edad o experiencia, pueda sentirse parte de ese mundo. Y lo interesante es que muchas veces, quienes comienzan como alumnos, terminan queriendo trabajar allí o prolongando su estancia para seguir practicando. Desde Capitán Kite Tarifa apuntan que los cursos de iniciación generan una conexión rápida entre visitante y entorno, porque permiten vivir la experiencia desde el primer día sin esperar a tener un nivel avanzado.

El viento como elemento que condiciona la vida diaria.

Otra consecuencia del turismo deportivo ligado al viento es que los propios habitantes terminan integrando esta dinámica en su vida diaria. No es extraño que alguien monte un pequeño negocio porque sabe que en verano habrá cientos de personas preguntando por clases o buscando dónde comprar equipo. Tampoco es raro que los colegios locales incluyan actividades relacionadas con el mar, ya que muchos niños sueñan con convertirse en instructores o competidores profesionales.

Incluso el urbanismo se ve afectado. Hay zonas donde las casas se construyen protegiendo patios y terrazas para amortiguar el viento, pero al mismo tiempo se levantan instalaciones abiertas al mar para que los deportistas tengan fácil acceso. Todo está atravesado por esa presencia constante del aire en movimiento, y la economía se adapta a las condiciones del entorno.

El turismo deportivo como motor de innovación.

Por otra parte, el hecho de que el viento sea tan determinante impulsa también la innovación. Las marcas de material deportivo prueban sus productos en estas zonas porque saben que las condiciones son ideales para testear resistencia y rendimiento. A la vez, surgen talleres por la zona que inventan soluciones caseras que luego se convierten en pequeñas marcas reconocidas en el sector. Es un círculo en el que el turismo deportivo mueve dinero estimulando la creatividad y el desarrollo de nuevos productos.

Pensemos en cómo ocurrió con el surf en los años 70, cuando muchos shapers locales empezaron a diseñar tablas de forma artesanal en garajes y acabaron creando tendencias globales. Algo parecido sucede hoy en día con el kitesurf o el windsurf en lugares donde el viento nunca falta.

El atractivo para un viajero joven.

Si hablamos de un público joven, este tipo de destinos tienen todavía más tirón porque ofrecen experiencias que se salen de lo habitual. No es lo mismo pasar una semana de playa tumbado al sol que regresar a casa diciendo que aprendiste a levantar una cometa y a deslizarte por el agua. Esa diferencia convierte el viaje en una historia para contar, en recuerdos intensos que marcan la memoria y que se comparten en redes sociales, generando un reclamo entre amigos y conocidos.

A todo esto se suma que el ambiente en destinos de viento suele ser muy cosmopolita. No resulta raro coincidir en una cena con gente de media Europa, cada uno contando su experiencia en el agua, lo que crea una sensación de comunidad que engancha. Y esa mezcla cultural, aunque pueda parecer un detalle anecdótico, termina teniendo un efecto muy positivo en la economía local porque amplía la proyección del lugar mucho más allá de sus fronteras.

La sostenibilidad como reto.

El crecimiento económico ligado al viento trae consigo un reto importante: cómo gestionar de manera sostenible este turismo. Es evidente que tanta afluencia de visitantes puede alterar el equilibrio de la zona si no se cuida el entorno natural. De ahí que muchas comunidades estén empezando a desarrollar planes de protección de playas, limitaciones de acceso a ciertas áreas o programas de concienciación para que tanto visitantes como locales entiendan que el recurso más valioso que tienen no es el dinero que entra, sino ese viento que hace posible todo lo demás.

El turismo deportivo bien gestionado puede convertirse en un aliado del medioambiente, ya que educa a quienes lo practican para valorar y proteger los espacios donde se desarrolla. Y al mismo tiempo, garantiza que las generaciones futuras puedan seguir disfrutando de esa experiencia sin ver deteriorado el lugar.

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