La primera vez que me senté al volante fue un auténtico desastre. No lo digo por exagerar, de verdad que no.
Lo digo porque me temblaban tanto las piernas que parecía que estaba en mitad de un terremoto. Me subí al coche con la boca seca, el corazón disparado y un nudo en el estómago que no se me quitó ni cuando acabó la clase. En total, me examiné cinco veces. Sí, cinco. Y lo peor de todo es que dos de esas veces ni siquiera arranqué. El examinador anuló el examen directamente al verme tan nerviosa que botaba en el asiento. Literalmente.
Aquello fue una etapa difícil para mí. Lo viví con mucha presión, con mucha inseguridad y con esa sensación constante de que todo el mundo aprendía menos yo. Pero no fue así. Con el tiempo, lo conseguí. Mi profesor de autoescuela me acompañó mucho, me dio consejos muy buenos, y ahora que ya tengo mi carnet y puedo mirar atrás, me doy cuenta de que todo eso sirvió.
Por eso quiero compartir contigo no solo sus consejos, sino otros que he aprendido de grandes profesionales, como de la Autoescuela Los Cedros, para que veas que se puede. Y que hay formas de hacer que esa primera clase práctica de conducir no sea tan dura como lo fue para mí.
Entender lo básico te da más seguridad
Una de las cosas que más me ayudó antes de empezar con las prácticas fue repasar la teoría, no solo para aprobar el examen teórico, sino para sentirme más segura.
Saber qué significan las señales, cómo se sitúan los coches en una rotonda, qué es un ceda, o cómo funciona un cruce, hace que cuando te lo encuentras en la carretera no sientas que te están hablando en otro idioma.
Parece una tontería, pero cuando sabes qué hacer, el cuerpo responde mejor. No te quedas bloqueada. Entiendes lo que está pasando. Eso no quiere decir que lo vayas a hacer perfecto, pero al menos sabrás por dónde empezar.
Antes de tu primera clase, repasa un poco. No hace falta sabérselo todo al milímetro, pero sí tener una base clara. Eso te da margen para concentrarte en manejar, sin tener que adivinar qué significa una señal o qué dirección tomar en una glorieta.
Vístete lo más cómodo que puedas
Lo aprendí a la tercera clase, cuando fui con unas botas con suela gruesa y me costaba sentir el pedal del embrague. Ese día no pude controlar bien el coche y acabé frustradísima. Desde entonces, siempre fui con ropa cómoda y calzado flexible. Zapatillas sencillas, sin plataforma, sin tacón, que me permitieran sentir bien los pedales. No es solo comodidad: es seguridad.
También evité llevar pulseras, anillos grandes o chaquetas incómodas. Cuanto más libre me sentía para moverme, más segura estaba. Al final, conducir requiere mucha atención, pero también libertad de movimientos. Y si algo en tu ropa te molesta, lo vas a notar.
Trata de calmarte
Yo era de esas personas que, con solo pensar en conducir, ya empezaba a sudar. El miedo me acompañaba incluso antes de montarme en el coche. En la primera clase, tenía las manos tan frías que el instructor me preguntó si estaba bien. Yo solo asentí, porque si hablaba, seguro que lloraba. O peor, que vomitaba sobre el volante.
Con el tiempo aprendí que no se trata de no tener miedo, sino de aprender a respirar. A calmarse. A saber que no estás sola. Que estás aprendiendo. Y que equivocarte no te hace menos válida. Es más, equivocarse es lo normal.
Mi profesor me decía algo que se me quedó grabado: “Para aprender a conducir hay que equivocarse. Nadie aprende sin cometer errores. Ni tú, ni yo, ni nadie”. Me ayudó a entender que estaba en proceso, y que cada fallo era parte de lo que necesitaba para hacerlo mejor después.
Llegar con tiempo cambia el tono de la clase
Un día llegué tarde a la clase porque se me fue el autobús. Llegué corriendo, agitada, sin tiempo para mentalizarme. Ese día fue horrible. Estaba desconcentrada, todo me parecía rápido, sentía que iba a remolque de la clase. A partir de ahí, decidí salir siempre con más antelación, aunque tuviera que esperar diez minutos abajo.
Ese ratito antes me servía para respirar, repasar mentalmente lo que iba a practicar y tranquilizarme. Ir con prisa no ayuda. Si puedes, llega con calma. No solo por respeto al profesor, sino por ti.
Escuchar cambia las cosas
Durante las primeras clases, me pasaba algo muy curioso: oía, pero no escuchaba. Estaba tan nerviosa, tan pendiente de no cometer errores, que cuando el instructor me decía algo, yo asentía sin haber entendido del todo. Luego, claro, me salía mal y me frustraba más.
Escuchar bien, mirar a tu profesor cuando te explica algo, y sobre todo, pedirle que repita si no lo entiendes, es básico. Ellos están ahí para ayudarte. No te van a juzgar. No estás en un examen todavía. Estás aprendiendo. Si no entiendes algo, dilo. Yo tardé en hacerlo, pero cuando lo empecé a hacer, las clases fueron mucho más claras y útiles.
Debes aprender a ser paciente
Yo quería aprender todo ya. Me exigía muchísimo. Pensaba que si en la tercera clase no sabía aparcar o hacer el cambio de marcha sin que el coche se calara, era un fracaso. Esa mentalidad me hizo daño.
Aprender a conducir lleva tiempo. A unos les cuesta menos, a otros más, pero todos pasan por momentos de frustración. Si tienes días malos, no pasa nada. Si repites una maniobra tres veces, no pasa nada. Cada error es un paso. De verdad.
Ser paciente conmigo fue lo más difícil, pero también lo más necesario. Aprendí a hablarme mejor, a no castigarme con cada fallo. Y al final, eso hizo que progresara más rápido.
Siéntate bien en el coche
Una de las cosas más útiles que me enseñó mi instructor fue cómo sentarme. No solo por comodidad, sino porque la postura lo es todo. Me decía que el cuerpo tenía que estar bien centrado, con la espalda recta y el pie ligeramente inclinado para controlar mejor los pedales.
Además, me insistía mucho en el uso del embrague. Me explicó que más que una herramienta, es un lenguaje. Que escuchar el motor y sentir el embrague es parte de la conexión con el coche. Cuando empecé a entender eso, dejé de calar el coche tanto.
Aprender a manejar bien el embrague cambia completamente la experiencia. Así que si puedes, pídele a tu profesor que te explique cómo dosificarlo, cómo soltarlo poco a poco y cuándo usarlo para frenar suave o arrancar sin tirones. Parece un detalle, pero no lo es.
Sin distracciones se aprende mejor
Durante las clases, mi móvil estaba siempre en silencio. No lo sacaba ni para ver la hora. Aprendí a desconectar y a estar presente. A mirar los espejos, a observar a los peatones, a escuchar el tráfico. Todo eso es parte de conducir, no solo mover el volante.
Hay demasiadas cosas ocurriendo a la vez como para no estar atenta. Si conduces pensando en otra cosa, te pierdes la mitad. Por eso, cuanto más centrada estés, más sentido le encontrarás a cada explicación.
Tomarte un respiro también forma parte del proceso
Hubo clases que me agotaron. Mentalmente, pero también físicamente. Llegaba a casa y necesitaba sentarme un rato en silencio. Me daba tiempo para recordar lo que había hecho bien, lo que me costaba, y qué podía mejorar.
No tengas miedo a pedir una pausa si la necesitas. Conducir no es solo una habilidad técnica: exige atención, coordinación y concentración. Y eso agota. No eres débil por necesitar descansar. Eres humana.
Reflexiona tras cada clase
Cada clase me dejaba sensaciones distintas. A veces salía contenta, otras veces me sentía torpe. Pero poco a poco aprendí a escribir al llegar a casa: “Hoy he mejorado en esto”, “Hoy me he bloqueado en esta maniobra”, “Esto lo quiero repetir en la próxima clase”. Eso me ayudó a ver mis progresos.
Reflexionar es una forma de seguir aprendiendo incluso fuera del coche. Te ayuda a ver que sí estás avanzando, aunque no lo parezca.
Practicar con paciencia y sin compararte
Lo que más me ayudó al final fue entender que cada persona tiene su ritmo. Que da igual si mi amiga aprobó a la primera. Yo aprobé a la quinta, y ahora conduzco tranquila, con seguridad, y sin miedo. Eso es lo que importa.
Practicar, repetir, y volver a intentarlo fue lo que me hizo mejorar. No los días perfectos, sino los días en los que me equivoqué y volví a intentarlo. La constancia cuenta. Mucho.
Aprobar no es el final, es el comienzo
El día que por fin aprobé, lloré de alivio. Me temblaban las manos, pero esta vez por la emoción. Miré al examinador y solo pude decirle gracias. Había sido un camino largo, lleno de inseguridades, pero también de aprendizajes. Y ahora, cada vez que cojo el coche, recuerdo que empecé sin poder arrancar.
Con esto solo quiero decirte que si estás a punto de empezar, no estás sola. Que si tienes miedo, no eres la única. Y que si hoy crees que no podrás, ya verás cómo un día miras atrás y sonríes.
Como yo lo hago ahora.